3 de la mañana, me desperté por algún motivo.
Era la última noche que pasabamos en Iruya, y la última oportunidad de sacar fotos desde el mirador.
El problema es que todos dormían, hasta los insectos.
Soy el primero que milíta en contra del "miedo", argumentando que es todo fantasía, que el miedo no existe, que es una estupidez que está en tu cabeza y que es cuestión de no prestarle atención.
Pero no voy a negar, que levantarme de noche, cruzar el hotel (vacío y cerrado con llave), buscar la forma de salir y encontrar el camino con la linterna del celular, empezar a subir la montaña a oscuras y en completo silencio, el "miedo" me hizo dudar de lo que estaba haciendo.
Tuve que frenar un par de veces a descansar (a esta altura no hay mucho oxígeno) y replantearme si quería seguir o no.
Había un solo camino, así que cualquiera que suba al mirador sería fácil de ver (como yo en ese momento). Pero a quien se le ocurre ir al mirador a las 3 de la mañana en un dia de semana?
Por suerte a nadie más que a mí. Logré de a poco ir avanzando y subiendo, todo en silencio, para no interrumpir la rutina nocturna.
Llegué a la cima casi sin aire, y con el corazón latiendo bien fuerte. Cruzaba los dedos para no encontrarme a nadie en el mirador. No sabia qué me podía asustar mas, si encontrar una pareja acaramelada y con mi llegada se asustaran y gritaran y me asustara yo con sus gritos y nos asustáramos todos y bla bla bla, la cabeza hace cualquier cosa...
El mirador todo para mi.
A mi pies el Iruya dormía.
Una hora para jugar con la noche, para mirar estrellas, para respirar el olor a montaña que descansa.
El único ruido era el de mi trípode abriéndose y cerrando y moviéndose para encuadrar. Y cada tanto se escuchaba el ruido de las pitadas y mi cigarrillo consumiéndose.
Después de las fotos, un rato de mirar y respirar profundo.
Ya está, ahora puedo volver y dormir.